Javier De Haro, psicólogo infanto-juvenil
¡Qué rápido pasa el tiempo! Hace apenas unas décadas nacíamos con un pan debajo del brazo. Hoy en día nuestros hijos ya vienen directamente con una Tablet.
Y es que, comparar nuestra infancia con la suya es como comparar Barrio Sésamo con las películas de Pixar. Otros tiempos. Otras costumbres. Hoy prima lo digital, lo inmediato, lo sencillo. Para nosotros un casio con calculadora era tecnología punta.
Hoy nuestros smartwatch nos dicen cuándo levantarnos y cuántos pasos nos faltan por dar al día. Y aunque la ciencia aún no nos ha regalado ese manual de instrucciones para entender bien a los hijos y saber qué hacer en cada momento, hemos encontrado algo mucho mejor para que estén callados, quietos y tranquilos: las pantallas.

No me malinterpreten. No seré yo quien tire la primera piedra. Es más, lo confieso: alguna vez he usado el comodín del móvil para terminar de comer “en paz” o para poder teletrabajar con mi hijo en casa. Soy padre antes que psicólogo. Y lo peor, aunque lo escribo “en voz bajita”, es que no me siento culpable.
Las nuevas tecnologías son una parte importante del atrezzo de nuestros hogares y han llegado para quedarse: Smartphones, Smart TV, tablets, portátiles y videoconsolas de última generación han invadido nuestros hogares. Renovarse o morir. Con este panorama, está claro que educar demonizando o prohibiendo el uso de las famosas pantallas no va a ser la respuesta. Pero tampoco lo debe ser convertir eso que debería ser la excepción en el único recurso para todo: cuando molestan, cuando no paran, cuando no quieren comer, cuando se aburren o cuando no nos dejan hacer nuestras cosas.

Especialmente cuanto más pequeños son, las pantallas, aparatos “apaganiños”, deberían ser la excepción que confirma la regla. Como ese irse a dormir más tarde o comer más dulce de lo habitual en ocasiones especiales. ¿Se puede? Con coherencia y en su justa medida, claro. ¿Pero qué pasaría si todos los días se fuesen a dormir más tarde o si comiesen cada día todo el dulce que quisieran? ¿Qué pasaría si tuviesen “barra libre” de pantallas?
En la actualidad, ya son muchos los expertos y las investigaciones que nos advierten de los efectos perjudiciales de estos “chupetes digitales”. Desde dificultades cognitivas como problemas de atención o de aprendizaje, hasta aspectos sociales o emocionales como irritabilidad, exceso de movilidad, poca tolerancia a la frustración o carencias en sus habilidades sociales. Niños que no saben entretenerse o calmarse si no es a través de las pantallas. En definitiva, impulsivos, dependientes, impacientes, poco resolutivos y emocionalmente muy inmaduros.
Como para casi todo, a la hora de educar, prevenir siempre va a ser mejor que curar. Ante este panorama, muchos especialistas señalan que el periodo que va hasta los 5 ó 6 años es importantísimo. En estos primeros años de vida lo que aprendemos resulta vital ya que esas conexiones neuronales y patrones de conducta que desarrollamos, además de tener un efecto sobre nosotros, luego cuesta más cambiarlos.
Para aprender los niños tienen que jugar, cantar, relacionarse, conversar, sentirse importantes, valorados y queridos. Pero también tienen que frustrarse para aprender a calmarse, aburrirse para aprender a divertirse y, por qué no, estar tristes para aprender a animarse. Si usamos recurrentemente la solución de móviles o tablets estamos poniendo una tirita que, pese al inmediato efecto anestésico, a medio y largo plazo va a obstaculizar estos aprendizajes garantizando más riesgos que beneficios.
Ante este panorama, ¿Qué podemos hacer? Ya sabemos que la clave no está en prohibir ni en demonizar las pantallas. Sí en enseñar cómo convivir con ellas y hacer un uso responsable. Por eso para nuestros hijos, sin clases online por medio y con mucho tiempo libre, este kit kat veraniego supone un momento perfecto para aprender a no depender de las pantallas.
¿Cómo podemos conseguir que nuestros hijos no dependan de las pantallas?
Aquí os dejo 7 eficaces recomendaciones para este détox digital:
1º Limitar y controlar las pantallas con un horario y unas normas de uso. Por ejemplo, entre los 2 y los 4 años, una hora al día es más que suficiente y siempre supervisada por el adulto.
2º Dar un buen ejemplo. Fundamental. No es necesario repetir las cosas un millón de veces siempre que nos observen a nosotros predicando con el ejemplo.
3º Es más fácil proponer alternativas e ideas sobre qué hacer que estar todo el tiempo con el “no” en la boca o poniendo límites.
4º Mantener algunas tareas de casa y del cole les ayuda a ocupar parte del mucho tiempo libre que tienen. Por supuesto que hay que descansar, desconectar y recargar pilas, pero ayudar un poco en casa y leer, escribir o dibujar un ratito cada día no les va a sentar nada mal.
5º Incorporar también en esas rutinas diarias de verano momentos de juego en familia: deportes, juegos tradicionales, manualidades, juegos de mesa, etc. Cualquier actividad que nos permita disfrutar a todos juntos es más que bienvenida.
6º Potenciar actividades al aire libre o que se relacionen con otros niños de su edad.
7º Y, finalmente, si después de todo esto los niños no saben qué hacer, dejarles que se aburran un poco. No hay mejor remedio para aprender a usar la imaginación y a divertirse por su cuenta.

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