Se me ocurren pocas reacciones más humanas que el miedo a lo desconocido. Y, a la vez, pocas experiencias más gratificantes que ayudar a una hija o hijo a combatirlo. No olvidemos que siempre hay una primera vez para todo, y que nadie mejor que sus padres o madres (con permiso de abuelas y abuelos) para aconsejarles y transmitirles seguridad. Por ejemplo, antes de viajar por primera vez en avión.
Si han pasado casi 30 años y aún recuerdo mi primer vuelo, cómo me va a sorprender que mi hija, con solo cinco, fuera puro nervio en vísperas del suyo. Dicen los expertos que es en la adolescencia cuando se suele coger fobia a volar. En la infancia, por tanto, el principal desafío es evitar que nuestros y nuestras peques se agobien al no saber qué les espera.
Siempre hay riesgo de que un suceso traumático les haga posteriormente coger miedo al avión, como le pasó al exfutbolista holandés Dennis Bergkamp (quien por contrato se negaba a volar después de una accidentado viaje a Estados Unidos). Pero eso ya excede de nuestro control… Lo que sí está en nuestras manos es prepararles y acompañarles en su primera experiencia.
Acompañarles en sus primeros retos: viajar en avión
En verano contamos con una motivación extra: la ilusión que les pueda generar el destino vacacional al que vayan a volar. Un parque de atracciones, unas islas, volver a ver a la familia… O incluso un destino secreto, con el correspondiente juego de pistas para que puedan descubrirlo.
Las experiencias de pares (hermanos/as y primas/os) también pueden suponer una ayuda. Serían algo así como compañeros y compañeras de trabajo, o de equipo, que dan la bienvenida y orientan a la persona recién llegada para que vaya menos perdida.
El proceso a seguir no es muy diferente al que emplea un entrenador de cara al partido del fin de semana. Durante los días previos, hay que mentalizar a nuestros jugadores y jugadoras de lo que les espera. Familiarizarles con el equipo ‘rival’, dándoles información pero sin agobiarles.
A cada pregunta que les surja habrá que darle respuesta, a poder ser, por anticipado. Contarles, por ejemplo, cómo será el vuelo y qué se encontrarán al llegar al aeropuerto. Qué proceso hay que seguir antes de subir al avión: pasar el control de equipajes, el detector de metales… Esto último es una experiencia en sí misma.
No está de más durante la espera en la sala de embarque ver aterrizar y despegar otros aviones. Si nos sobrevuela alguno, incluso, recordarles con emoción que muy pronto será ella o él quien estará “ahí arriba”. Si a nosotros nos inquieta volar, que no lo sepan.

Foto de Daniel Lobo
Una vez en nuestros asientos, llega el momento de abrocharse el cinturón. ¡Dejadles que lo hagan ellos y ellas solitas! Que jugueteen con la bandeja de la comida o miren por la ventana también les ayudará a liberar nervios y hacer más corta la espera.
Antes del despegue, os recomiendo repetir la táctica. Será como el necesario calentamiento para afrontar el partido en las mejores condiciones. Hay que recordarles que durante el despegue el avión cogerá velocidad rápidamente (como cualquier coche pero más fuerte) y después sentirán un cosquilleo en la barriga.
Ya en vuelo no está de más buscar una motivación extra con algo que les guste. Por ejemplo dejarles elegir su desayuno en el avión, o descubrir ese baño tan pequeño y peculiar del que hay que echar mano en los vuelos. Hará que su experiencia sea completamente positiva.
En el caso de mi hija, al menos, lo fue. El aterrizaje, también tranquilo, le supuso tal subidón de adrenalina y confianza que a la vuelta, ya con la soltura y la confianza de saber qué había y qué podía hacer en cada momento, no tuvo problemas en echarse una cabezadita y darnos hasta consejos. XD
Contadme qué retos habéis superado con vuestros hijos e hijas. ¡Y se aceptan consejos! 😉
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